Era un día como cualquier otro. El calor, la humedad, nada que pudiera atraer mi atención. Con un montón de preguntas dando vueltas en mi cabeza, y nada de respuestas, caminé hasta la cocina, donde sabía que encontraría a mi madre, como siempre, encendiendo una vela a algún santo y rezando rosarios por todos los seres humanos habidos y por haber.
Al parecer, estaba fastidiada, así que evité atraer su atención, esperando ella comenzara alguna conversación.
Me senté en la silla más vieja de la casa, y empecé a observar sus movimientos.
Transcurrieron unos minutos, hasta que al fin me dijo, entre dientes:
-Si no fuera por ese desgraciado, otra vida sería la tuya…
Nada que decir, sólo suspiré…
Sabía en el fondo que tenía razón, lo difícil era admitirlo.
Para no discutir, preferí alejarme a la sala, donde el ambiente, era el mismo.
Permanecí unos instantes, dando vueltas en el sillón, sin poder alejar los pensamientos que nublaban mi mente. Necesitaba respuestas, y sabía quién podía dármelas.
Como disparada, me levanté de pronto, y a la vez que ganaba la calle, le avisaba en un grito a mi madre, que me iba a lo de Doña Telma.
Sabía que no le gustaba ese tema de las cartas y el tarot, Así que no esperé respuestas, y me alejé rápidamente de la casa.
La casa de la astróloga, por decirlo así, quedaba a un par de cuadras de la mía, así que mientras caminaba, iba pensando que quería preguntarle en concreto, para que no se fuera por las nubes, como solía hacer.
Así llegué, más confundida que al salir, y aparentemente, mi cara se lo dio a entender, porque se sorprendió al verme.
-Que le anda pasando m’ija? – Me preguntó bastante perturbada.
Tomé algo de coraje, e intenté sonreír.
-Lo mismo de siempre…se imaginará- Le dije, acongojada.
-Ah, si, el tipo ese, siiiiii, me imaginé.
No me gustaba que tomara partido de mi situación, pero con ella, nunca se podía discutir. Así que me senté, mientras mezclaba las cartas, y me miraba fijamente.
-Pregunte, ¿que quiere saber?- Me dijo, como de compromiso.
- Lo de siempre, donde está, que hace, si se acuerda de mí…- Respondí.
El corte lo hizo ella, lo que me produjo algo de desconfianza. Pero no la interrumpí.
Hábilmente, comenzó a desparramar las cartas sobre la mesa, y encendió un cigarro, mientras las leía, de forma abstraída.
- Y si - Me dijo finalmente- De vos se acuerda, todos los días. Éste todavía siente pena por vos.
¡Que respuesta vacía! Poco era de lo que esperaba.
-Vos ya sabés que hay otra, te lo dije varias veces- siguió – es la misma de siempre, una rubia, sale siempre al lado de él, vos salís atrás, como al olvido.
Mal, muy mal. No me gustaba nada, la verdad.
- Pero ¿él me quiere? ¿Aunque sea un poquito?- Supliqué, angustiada.
Me miró fijamente, a través de una nube de humo, y volvió a tirar algunas cartas.
- No sale nada de amor, no sé, no sé…
Bueno, no era novedad. Y por eso, decidí concluir las preguntas.
-Doña Telma, ¿una más, puede ser?- Casi en un hilo de voz.
-Bueno, pero que sea la última, que no me gustan las visitas tan tarde- Vociferó molesta.
-Pregúntele a las cartas, si él va a ser mío, algún día, por favor.
No mezcló, no tiró, no hizo nada, hasta que un minuto después me dijo:
- Eso sólo Dios lo sabe a estas alturas.
No quedé muy conforme, pero se notaba que mi presencia, era inoportuna.
-Bueno, gracias igual – Me despedí.- Ah! Disculpe- Recordé de pronto, que no le había pagado la consulta.
Pero ella se dio cuenta, y como vio que no me iba muy conforme, me hizo un ademán, de “no es nada”.
Me hundí en mis pensamientos, y avancé hasta la puerta, con mis propias ideas.”La ignorancia mata al hombre, pero más a la mujer” me vino a la cabeza.
Y me encontré con ese viejo pasador oxidado, que nunca podía destrabar, cuando salía.
-Doña Telma- Grité desde el oscuro pasillo.- Esta puerta, siempre lo mismo…
Pero ella, sin siquiera moverse de la silla me contestó:
- No es la puerta m’ija, es usted, que no aprende más que ya no es de este mundo, y me viene a pedir respuestas que no tengo…Será de Dios, con esta mujer…Hasta cuando…
Y después dicen que nadie se muere de amor. Ja.