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"Porque los sueños, por pequeños que sean, nunca se miden en micrones...  
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Calígula Bar (Cuento)

 

-Menos mal que somos dos los desamparados- se dijo Leonel soberbiamente borracho.

Al salir del bar el aire frío le dio como un puñetazo en la cara y el mundo empezó a girarle dos veces más de lo debido.

Era más que temprano para tanta curda, pero entre una y otra copa, las horas se habían escurrido en el mingitorio y Celeste nunca llegó.

Una de las propiedades curativas del alcohol era la de superar súbitamente el mal de amores.

No es por hacer apología del derroche, pero a veces no bastaba con retorcerse el alma y dejar al destino sacudirse la trompa sobre el desastre.

Era como una noche de esas de subasta de tristeza, una navidad en duelo, un vestido de novia teñido para ser mortaja.

Uno se hace inmune al sufrimiento.

A veces se siente como cucaracha, pero las penas se van dispersando en el fondo del bar y de alguna manera se sale adelante.

Dio dos pasos adelante y cuatro al costado.

-Mierda- se dijo sosteniéndose de la pared recién pintada- es el último trago, lo juro.

No era la última “mina “del mundo.

La verdad que dejaba bastante que desear. Su nombre y su dignidad andaban de boca en boca, pero de algo había que agarrarse.

Lo famélicamente triste era el plantón. Y claro, terminar ebrio por una mujer que no valía la pena.

Ya era demasiado tarde para hacer suposiciones sin teorías.

Ahora, lo urgente era encontrar el camino sin sembrar eses y volver a casa.

Como quien ya sabe que hacer se lanzó en busca de la vereda.

-Uno más, uno más- pensaba.

Pero sentía como que alguien lo volcaba al otro lado de la calle cada vez que emprendía el paso.

Después de tanta  marejada decidió sentarse y resucitar antes de seguir.

Casi estaba siendo vencido por el sueño cuando unos pasos altos lo arrinconaron en el cordón.

-Eu, Euuuuu- chilló una voz femenina.

Miró hacia arriba con un ojo, el otro se resistía.

-¡Leonel!- gritó la mujer-¿que hacés ahí tirado?

Apoyó una mano en el piso para hacer de palanca y se enderezó.

La cabeza bamboleaba sin sentido y no podía levantar la vista más allá de las gruesas piernas.

-Iooo…Ioooo- apenas susurró atragantándose con la lengua.

-Vení mongui que te llevo a casa- le dijo la voz.

Y enseguida lo levantó sobre un hombro.

Los pies casi iban a rastrón.

El cuello sin vértebras levitaba a ambos lados. De acá para allá, de allá para acá.

La voz lo seguía llevando entre murmullos e insultos.

Caminaron así, durante largo rato.

Tanto, tanto pasó que ya se estaba esfumando la borrachera y casi empezaba a despertar.

Los dedos flacos de la mujer seguían sosteniéndole la remera y el otro brazo que pasaba alrededor de su cuello.

Así empezó a abrir los ojos lentamente.

Miró entrecortadamente a la voz que seguía perfil al frente y sin detenerse.

Unos ojos muertos se posaron afiladamente en los suyos.

-¿Qué pasa pibe?- le dijo la voz.

Él volvió a mirarla nubladamente.

-¿Quién sos?- tartamudeó ronco.

La voz lo miró una vez más y detuvo la marcha.

Depositó el cuerpo pesado y desencajado en la vereda.

Sacó un cigarrillo del bolsillo y lo encendió rápidamente.

Aspiró una larga bocanada y expulsó el humo plácidamente.

-Pero, ¡me decís quien sos! ¿Sos amiga de esa loca? Ya sé, te mandaron a buscarme, ¡Quién eh, quién!- empezó el chico ya a punto de enfurecerse.

La voz se río grotescamente y volvió a pitar.

Se inclinó un poco hacia él, que yacía semisentado en la pared.

-Sí soy amiga de la loca- le dijo.

Él entornó los ojos y quiso ver mejor.

La voz empezó a alejarse rápidamente.

Como aparecidos de la penumbra cuatro uniformados se acercaron de inmediato.

Parecían enojados.

Dos le sostuvieron las piernas y los otros dos los brazos.

Lo levantaron como si fuera una especie de hamaca paraguaya humana y lo tiraron arriba de una camilla metálica.

-Vamos pibe- le dijo un quinto.- es la última vez que te escapás.

La voz se perdía en la noche.

Los cinco hermanos lo transportaban en la ambulancia silenciosa.

Celeste nunca llegó.

 
   
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